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Hatespeech
11 min read

Sembradores de miedo

Credits Text: Lydia Cacho October 20 2020

Hace unos días una reconocida artista y defensora de los derechos humanos en México me preguntó cómo podemos contrarrestar los ataques del presidente Andrés Manuel López Obrador hacia el movimiento de mujeres. La discusión se profundizó en el momento en que ella admitió que vive con miedo al linchamiento en redes sociales, pues en gran medida su carrera, por más prestigiosa que sea, depende de su comunicación directa con millones de personas que la siguen en estas redes. La palabra clave que escucho una y otra vez alrededor del mundo es “miedo al linchamiento”, inevitable imaginar cómo hablaban las mujeres que intentaban defender sus libertades en la Edad Media, o en la Ilustración, cuando ellas no tenían siquiera acceso al debate público, cuando su ciudadanía no era reconocida, cuando sólo un pequeño puñado había sido reconocido en la historia: las hetairas, las guerreras o algunas reinas que reproducían los roles patriarcales a la perfección para mantenerse en el poder.

Hoy ya no importa si el presidente llegó al poder desde la izquierda, la derecha o el centro, ahora el foco central está en la capacidad de los líderes políticos para desvirtuar la realidad, mentir desde el poder como no habías visto desde que los medios de comunicación se convirtieron en contrapesos del poder; entonces ¿estamos presenciando la muerte del periodismo o la muerte de la valentía para decir la verdad?

Esta es una pregunta absolutamente necesaria en estos días en que en los Estados Unidos las elecciones presidenciales determinarán si uno de los países más poderosos del mundo seguirá gobernado por el sembrador de miedo, de miedo a la decir la verdad y asumir sus consecuencias, que es justo lo que hacemos las y los reporteros de investigación en casi todo el mundo. México no se queda atrás, el presidente López Obrador se ha dedicado a dar conferencias de prensa matutinas desde que llegó al poder el 1 de Diciembre de 2018. Cinco días a la semana, a partir de las 7 de la mañana la prensa de México debe estar presente si quiere saber qué es lo que está haciendo el presidente del país; la frase presidencial más conocida hasta la fecha es “nosotros tenemos otros datos”. Frente a las cifras que las reporteras presentan ante el presidente y su gabinete cada mañana, el líder político responde con sus propias cifras, sin importar que los números presentados por las reporteras provengan del propio gobierno que él lidera. Por ejemplo, frente al incremento de feminicidios en México desde el inicio de la pandemia, el presidente ha declarado que la mayoría de las denuncias de mujeres por violencia en el hogar son falsas, es decir, asegura que las mujeres mienten. El hecho de que los números hayan pasado de diez a doce mujeres o niñas asesinadas al día, le parece poco importante al poder. Las periodistas que evidenciaron su error fueron linchadas en las redes sociales como enemigas del Estado. Lo mismo sucedió con la red nacional de derechos de la infancia, que denunció el incremento de niñez desparecida en el último año; la respuesta presidencial fue la misma: ellos tienen otras cifras, las cosas no están tan mal como reportan las y los defensores de derechos humanos, o las y los reporteros especializados en derechos humanos. Lo cierto es que la propia autoridad reconoce que, hasta Julio de 2020 existen reportes de 73 mil 313 personas de menos de 18 años que han sido desaparecidas en México. Cada día desaparecen o son secuestrados 7 niñas o niños en el país, pero el presidente tiene una respuesta para desviar la conversación, tanto frente a los medios como frente a quien le cuestione; el linchamiento es siempre el paso siguiente a la estrategia para desvirtuar la realidad o culpar a los líderes del pasado de todo mal presente.

Lo mismo sucede con la militarización del país. El presidente que llegó en hombros de la izquierda, declarándose enemigo de la sangrienta guerra contra las drogas orquestada entre el expresidente Calderón y el gobierno norteamericano, ha logrado ya tener a un 13% más de militares haciendo labores policíacas en el país, sin lograr detener los niveles de violencia extrema del crimen organizado trasnacional que investigamos reporteras como yo. Esto nos lleva a la esclavitud humana y las políticas que la avalan, en particular a la trata de mujeres, niñas y niños para la industria del sexo comercial. La pandemia ha favorecido a la tormenta perfecta para que los criminales sigan robando, comprando y vendiendo personas, mientras los cuerpos policíacos están enfocados en la pandemia y las instituciones de justicia semi-cerradas y rebasadas con casos. Ahora todo se lleva a cabo por el ciberespacio, incluyendo las compras, y China es el proveedor número uno de bienes fabricados por mano de obra esclava; una doble pandemia sobre la crisis humanitaria y económica preexistente en países autoritarios.

El presidente de China ha decidido que la mano esclava no puede ser abolida, puesto que es una forma de sostener su economía. Rahima Mahmuth, la vocera del Congreso Mundial de Uyghur, ha denunciado con evidencia cómo el gobierno chino explota a la población joven de origen turco y musulmán de lo que antes conocíamos como Turkistán del Este y hoy ha sido bautizado como Xianjiang. Las reporteras que han investigado cómo funcionan estas maquiladoras a manera de prisiones de mano esclava, han sido acalladas, perseguidas y humilladas públicamente y, como en el resto de China, su acceso a internet es controlado por los métodos de espionaje gubernamental similares a los del resto del mundo.

Se pueden comparar tres regímenes políticos tan diferentes para hablar de ataques a la libertad de expresión y violaciones a derechos humanos? Yo considero que sí, estoy segura. Después de investigar y viajar por 143 países documentando los métodos operativos de las mafias de tratantes de mujeres, niñas y niños, he logrado establecer una metodología de trabajo periodístico que me permite descubrir y leer patrones criminales y políticos que favorecen dos formas de violencia que avanzan en paralelo: los ataques a la libertad de expresión y los ataques a quienes defienden los derechos humanos. No es una casualidad que cada vez exista un mayor número de reporteras de guerra expertas en periodismo de derechos humanos y de paz: con metodologías que permiten evidenciar los patrones reiterativos de uso de la narrativa ficticia con fines de destruir la documentación y propagación de hecho reales. Quienes pagan las primeras consecuencias son las y los periodistas y defensoras de derechos, quienes caen detrás, amedrentados por el miedo a la humillación, el desprestigio o su bienestar económico, son las y los ciudadanos dedicados a cualquier otra profesión.

Lo importante para gran cantidad de líderes políticos, desde los antes mencionados hasta Jair Bolsonaro en Brasil, Lenin Moreno en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Miguel Díaz-Canel en Cuba, es lograr desacreditar al periodismo profesional; han descubierto que la persecución de unas cuantas reporteras reconocidas, resulta un buen método para acallar a cientos que creen que no vale la pena seguir intentándolo. Algunos presidentes como Rodrigo Duterte de Filipinas y varios gobernadores de México utilizan el poder judicial como instrumento de escarmiento y encarcelan con cargos falsos a las reporteras que evidencian sus actos de corrupción. Todos ellos utilizan una serie de herramientas en común: atacar la denuncia de los hechos para desacreditar a quienes los documentan, mentir sistemáticamente, asegurar que las y los periodistas son quienes mienten; hacer creer a la sociedad que en realidad nadie sabe qué hechos son reales y cuales no lo son, finalmente el desgaste social, que lleva a la gente a negarse a mirar, escuchar o seguir las noticias porque perciben una gran carga de violencia detrás de cada artículo, reportaje o podcast.

Antes se creía que el autoritarismo venía de los regímenes extremistas, hoy sabemos que hay una guerra intangible contra la sociedad: los misiles políticos contra el periodismo, la manipulación electrónica, la negación táctica, el control y monopolio de las tecnologías y el ciber -espionaje, el jamming de las cuentas de periodistas con credibilidad, la humillación pública desde el poder y la creación de los disturbios de ruido cibernético (noise disturbance) que impiden que las investigaciones sean leídas con claridad y seguimiento.

Todo lo anterior ha creado una sensación, previa a la pandemia, de debilitamiento de la libertad de expresión y, como consecuencia, ha fomentado una gran ansiedad y pánico social exacerbados ya por la pandemia. Mientras los poderosos controlan a través de miedo a la muerte y la desconfianza hacia la realidad, la sociedad necesita más que nunca a sus reporteras, las que vamos investigando por las calles, a los hospitales, a los prostíbulos que no cierran a pesar de la pandemia. Nosotras quienes también hemos aprendido a manejar esa ansiedad de ser desacreditadas y amenazadas diariamente primero por grupos criminales que hemos investigado después por fanáticos, de trolls y Bots pagados por los partidos políticos de diferentes corrientes.

Ahora las amenazas contra la libertad de expresión e información han creado una oleada de periodistas rendidos por agotamiento, de activistas silenciados por miedo, por sentir que ya no pueden ser escuchadas las denuncias de millones de víctimas de crímenes de toda índole.

Además de todos los instrumentos a su alcance, ahora los poderosos tienen el de la crisis de salud mundial sumada a la pandemia de la mentira oficial. Contra todo ello luchamos a diario las y los periodistas que estamos convencidas de que nuestra labor es indispensable para la sociedad, que no podemos caer en el aislamiento que nos lleva al vacío informativo. Después de décadas de luchar contra el sexismo, el racismo y otras formas de exclusión que se vivían en las redacciones de los propios medios de comunicación hace cuarenta años, después de que las mujeres periodistas llevamos el lenguaje de género a la narrativa mediática, de haber creado la especialidad de reportaje de derechos humanos, no podemos rendirnos, no ahora. Hemos dicho durante años que no se mata la verdad matando periodistas, ahora habremos de elevar la voz para decir, cuantas veces sea necesario, que no se aniquila a la verdad y a los hechos comprobados al humillarnos públicamente.

La política y sus partidos son grandes negocios, muchos de ellos operan como trasnacionales que negocian con las mafias, que se lavan la cara con las manos sucias y, en muchos casos, han descubierto que utilizar las estrategias de los grupos religiosos ayuda a que sus seguidores respondan protegiéndoles como rebaño de feligreses, como fanáticos que atacan en manada en redes sociales, que arremeten contra el enemigo que consideran más peligroso para ellos: el periodismo profesional, ético, el que investiga de principio a fin, el que se sostiene sobre las voces de millones que no serían escuchados sin esta profesión; de quienes por la brecha tecnológica y la censura gubernamental ni siquiera tienen acceso a los instrumento para denunciar.

Volver al principio más simple: la investigación rigurosa, la estrategia, la comprensión del territorio en que trabajamos, la aceptación del riesgo que conlleva nuestra carrera, el reconocimiento del honor que nos confiere la confianza de las víctimas que precisan ser miradas por el mundo. Proteger nuestra credibilidad es indispensable para seguir siendo portavoces de la realidad con todas sus formas de violencia, opresión y exclusión. Proteger nuestra pasión por defender la verdad, la justicia y la ética. Volver a empezar, si es necesario, a reinventar el periodismo desde las trincheras de una guerra contra el silencio, en medio de una pandemia que se está convirtiendo en el gran negocio para los sembradores de miedo.

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