Narco War on TV Screens
La realidad mexicana es atemorizante —y atemorizar es lo que la mafia del narcotráfico quiere. Como periodista en México ¿puede uno mostrar lo que realmente sucede o favorece los propósitos de las organizaciones criminales? Esto se pregunta Ioan Grillo, quien hace dos años publicó el notable libro documental El Narco. El autor escribe aquí en exclusiva para PEN/Opp sobre las cuestiones planteadas en su libro.
El video que me da me hace sentir enfermo, triste, preocupado y emocionado.
Está grabado por un grupo de asesinos —o sicarios —que están matando a alguien. En el lenguaje de las noticias Mexicanas esto se llama una ejecución. La imagen es borrosa y compuesta de pixeles; es casi seguro que fue grabada con un teléfono móvil. El autor del video agita el teléfono con frenesí, una señal que está repleto de adrenalina. El apunta la cámara hacia un joven sicario no mayor a los veinticinco años , vestido de jeans y tenis que está sosteniendo un rifle Kalashnikov y jalando el gatillo. Esto hace que el rifle agite fuertemente contra su hombro. Apunta la cámara hacia un sicario mayor, quien trae puesta una gorra de beisbol y un uniforme negro y esta disparando con una A3-15, la versión “civil” de la arma M16 que ha sido usada por soldados Americanos desde Vietnam hasta Afganistán. Luego apunta la cámara hacia la victima, su cuerpo rebotando con los impactos de las balas, con la sangre siendo expulsada de su cuerpo mientras cae colapsado en la acera.
¿Qué voy a hacer con esto? La grabación demuestra el tipo de acción que nosotros los periodistas siempre nos perdemos al intentar de documentar la incesante narco-violencia. Nosotros siempre llegamos a la escena del crimen después de las “ejecuciones” y grabamos a la muerte fría. Cuando los productores de documentales hacen películas sobre el narco-conflicto en México, tienen secuencias de miles y miles de cadáveres de donde escoger, pero no tienen grabaciones de violencia. No nos podemos incorporar con los combatientes, como los periodistas que acompañan a los soldados de los Estados Unidos en Iraq o hasta a las fuerzas rebeldes en Siria. Las fotografías icónicas de Afganistán demuestran a los soldados con gestos de dolor en medio de tiroteos. En las imágenes más admiradas de la violencia en México, los fotógrafos retratan a cadáveres, no obstante usando las técnicas de su oficio para demostrarlos hermosamente. ¿Debería poner el video de esta ejecución en los documentales y videos de noticia que hago? ¿Agrega un valor periodístico al intento de descifrar el significado de esta matanza?
Pero hay problemas éticos muy graves con usarlo. ¿Puedes permitir que una persona involucrada con una pandilla de asesinos sea tu fotógrafo? ¿Estaría actuando como un vehículo para su propaganda de violencia, ayudándolos a diseminar terror? ¿Es posible verificar adecuadamente la autenticidad de la grabación? ¿Qué de la victima? ¿Es extremadamente injusto para el y para su familia transmitir su muerte en un programa de noticias?
El factor más importante es la seguridad. No creo que las caras de los sicarios se puedan ver. ¿Pero que si alguien sí puede? ¿Sería usado como parte de un arresto o una acusación? ¿Podría causar un acto de venganza? ¿Podría hacer a alguien enojar? Por esta razón, decido que es mejor no incluir el video en el noticiero de las diez de la noche.
Al reportar sobre la narco-violencia, los periodistas debaten estas preguntas internas día tras día. Los narcos dejan montañas de cuerpos decapitados en las plazas de las ciudades. Imprimen mensajes en sabanas, haciendo acusaciones muy serias en contra de los periodistas. Le dan a los medios de comunicación videos de hombres en cuartos oscuros atados a sillas siendo torturados y matados por criminales. Al reportar este tipo de cosas, ¿cuáles son los parámetros? ¿En donde está el punto de equilibrio entre informarle al publico sobre una trágica pero importante situación histórica, actuar como un megáfono para asesinos, y la protección de los periodistas? ¿Qué significa la libertad de expresión en este contexto?
Estos dilemas periodísticos subrayan los aspectos centrales de la guerra en contra de las drogas en México que todos intentan comprender. Es un conflicto armado atípico. Nunca ha habido una guerra de baja intensidad como esta en algún otro país—aunque posiblemente habrá mas por venir. Narcos armados atacan como guerrillas usando granadas dispensadas por lanzamisiles y metralletas, pero carecen de una ideología. Los diferentes carteles pelean por territorios pero sin embargo siguen siendo clandestinos, actuando como poderes ocultos. El gobierno niega que haya un conflicto armado, diciendo que es un problema únicamente entre criminales. No obstante, soldados de las fuerzas armadas han matado a más de 2000 personas en cinco años—esto es según su propia cuenta. Una violencia primitivamente brutal ocurre en los medios de tecnología de videos grabados por teléfonos móvil, YouTube y Twitter.
Los periodistas que viven en los estados que están al frente del conflicto, en donde la violencia es más intensa, hacen decisiones sobre que reportar en condiciones muy estresantes. En Michoacán, Chihuahua, Nuevo León, Tamaulipas, Guerrero, Sinaloa, Durango, Veracruz, entre otros, saben que la decisión incorrecta puede traer a matones con rifles y granadas a sus oficinas, o causar que entren a sus casas y se los lleven arrastrándolos hacia la oscuridad. El asesinato de docenas de personas que trabajan para los medios pesa severamente y cada nuevo caso reafirma el terror. Trágicamente, este número de bajas es la nota principal sobre la libertad de expresión en México.
Esta violencia ha dejado hoyos negros en partes del país , en donde los periodistas han tenido que huir o han sido forzados a autocensurarse. Una bomba en un coche explotó en Nuevo Laredo el julio pasado muy cerca de la frontera con los Estados Unidos, causando que siete transeúntes acabaran en el hospital. No teníamos fotos ni videos para los noticieros porque la mayoría de las fuentes de información sienten demasiado temor para hacer reportajes sobre lo que ocurre en esa ciudad. En el mundo de hoy en donde cada evento es archivado en video, la ausencia de un video le da menos atención a una atrocidad como esta. En esta realidad guiada por la televisión, hasta nos preguntamos si el suceso realmente ocurrió. Las victimas que viven sus vidas con cicatrices y quemaduras en sus caras saben sobre la verdadera realidad.
Pero a pesar de estas lagunas, tenemos que también reconocer el valor y la resistencia de los periodistas Mexicanos locales que siguen reportando sobre este conflicto a pesar del ataque sistémico que ha sido lanzado en contra de ellos. Ellos continúan luchando, consiguiendo evidencia de tiroteos en la Tierra Caliente de Michoacán, fotos de cuarenta y nueve cuerpos decapitados en una carretera cerca de Monterrey, entrevistas con madres que están marchando hacia San Fernando para ver si en uno de los cadáveres encontrados en un pozo es su hijo. Yo, al igual que otras personas que han escrito o creado documentales sobre esta narco-guerra nunca podríamos haber hecho nuestro trabajo sin la ayuda de los periodistas locales que año tras año reportan sobre las trágicos conflictos en sus comunidades. Nunca fallan en impresionarme con su determinación y generosidad al compartir su conocimiento al igual que su amistad. Aunque la guerra esta repleta de historias de villanos, también tiene instancias de valentía y compasión.
Llegué a México por primera vez desde el Reino Unido en el 2000, el día antes de que el Presidente Vicente Fox asumió el poder, acabando con siete décadas de poder del Partido Institucional Revolucionario. Esto fue reportado por la prensa Americana y Británica como un tiempo de optimismo y esperanza: un presidente democrático que favorecería a los mercados y que podría guiar a México durante el inicio del siglo veintiuno, garantizando los derechos de los estados modernos como la libertad de expresión. Pero mientras avanzó la década, esta libertad fue amenazada por una nuevo poder—los escuadrones de asesinos de los carteles, financiados por billones de dólares de las ganancias proporcionadas por los consumidores de drogas en Estados Unidos. Aunque fue más difícil para el gobierno intimidar a la prensa, los periodistas fueron atacados cada vez más por los criminales.
Seguí a periodistas que estaban reportando sobre el crimen en ciudades como Nuevo Laredo, que se encuentra del otro lado del Rio Grande de Laredo, Texas, que fue uno de los primeros lugares que empezó a sufrir este tipo de guerra urbana. Los periodistas mexicanos llamaron este tipo de reportajes “la nota roja.” Ellos eran extremadamente hábiles porque podían descubrir si había ocurrido un asesinato escuchando la comunicación de radio de los policías o hablando con sus muchos contactos. Luego corrían a la escena del crimen antes de que se les podría bloquear el acceso. Recibiríamos llamadas a la mitad de la cena y saldríamos corriendo de los restaurantes, llenos de adrenalina y pasándonos los altos para encontrar un nuevo cadáver torcido en el concreto, y otra esposa destrozada sollozando a su lado.
Este tipo de reportaje a través de todo el país demostró la intensidad del conflicto. Los periódicos del país y las estaciones de televisión hacían una cuenta de todos los homicidios relacionados a los carteles que estaban siendo reportados y anunciaban este número; esto era llamado por el (bastante horrendo) termino ejecutometro. En el 2004, encontraron más de 1000 homicidios. En el 2011, esta cifra había pasado los 12,000 homicidios en un sólo año. Los números presentados por la prensa fueron impactantes, y esto trajo atención internacional al asunto de la violencia.
El primer video de tortura y asesinato que recuerdo apareció a finales del 2005. En el se veía un hombre atado a una silla rogando por su vida y confesando a varios crímenes que incluían el asesinato de un reportero de la radio en Nuevo Laredo. Al parecer era un cartel rival que lo estaba torturando y basado en lo que estaban diciendo fue grabado en Acapulco. (Algo bastante extraño es que el video fue mandado anónimamente a un periódico local en el noroeste de los Estados Unidos.) Al final del video, aparece una mano con una pistola y esta le dispara al hombre en la cabeza.
El siguiente año, los asesinos de los carteles empezaron a decapitar a sus victimas. Dos cabezas de policías fueron dejadas en una pared en Acapulco. Luego los criminales rodaron cinco cráneos en un piso de una discoteca en Michoacán. Esto fue una atrocidad que al fin captó la atención de los periódicos internacionales. El video de este evento es aterrador. Los rostros tienen una expresión de calma y sus músculos han perdido su tensión, porque han sido vaciados de la vida. Pero al bajar la mirada se puede ver el horror de un cuello que ha sido macheteado en albercas de sangre. Aunque esta atrocidad espantó a muchas personas, también sirvió como un ejemplo a imitar para los otros carteles. Muy poco después, parecía que cada escuadrón de asesinos en México tenia un machete en su arsenal. El año pasado hubieron más de 500 decapitados.
Hay mucha discusión sobre porque los asesinos Mexicanos empezaron a decapitar. Algunos dicen que fueron inspirados por los videos de Al Qaeda que fueron transmitidos en la televisión Mexicana, en donde en una grabación de Mayo de 2004 decapitaron a un hombre de negocios Estadounidense en Iraq. Otros dicen que las técnicas fueron introducidas por mercenarios Guatemaltecos. Miembros de la fuerza élite Kaibil habían decapitado a los rebeldes izquierdistas para aterrorizar a los pueblos durante la brutal guerra civil en Guatemala. Al desertar al ejercito, le vendieron sus tácticas a los criminales Mexicanos, convirtiendo a las técnicas para combatir a los insurgentes en técnicas de terror de los carteles. Otros notan la presencia de las decapitaciones en México desde los tiempos de los sacrificios Aztecas hasta los colonialistas Españoles que exhibían en espacios públicos las cabezas de los líderes independistas.
Sea cual sea la razón, los carteles convirtieron su violencia en actos de propaganda publica. Esto incrementó después de la toma de poder del Presidente Felipe Calderón en el 2006, cuando declaró una ofensiva militar en contra de los traficantes de droga. Esto aumentó en gran medida la violencia. Los cadáveres de policías fueron vestidos con sombreros cómicos; una cara humana fue cosida en un balón de futbol; los asesinos hicieron videos de doce victimas decapitadas; luego fueron dieciocho; luego fueron cuarenta y nueve. Era como si los carteles rivales estuvieran jugando póker de altas apuestas y seguían elevando cada apuesta para llevarse el bote. Nadie se podía detener.
Para los medios de comunicación fue difícil reportar sobre estos sucesos. Después de darle a estos hechos cobertura en las primeras planas, cuestionaron si por hacer esto estaban cayendo en las manos de los criminales. Un grupo de criminales, que fue arrestado por explotar una bomba en un coche, dijo que planeó los ataques para que coincidieran con los noticieros de televisión. Pero los periodistas sentían presión de todos lados. Los editores recibían llamadas de criminales pidiéndoles que le dieran atención a matanzas especificas mientras que otras llamadas les pedían que omitieran ciertos nombres y sucesos. Cuando un joven fotógrafo del Diario de Juárez fue asesinado durante su almuerzo en 2010, el periódico publicó una impactante editorial dirigida a los carteles. El titulo era “¿Qué quieren de nosotros?
“Ustedes son, en estos momentos, las autoridades de facto en esta ciudad, porque los mandos instituidos legalmente no han podido hacer nada para impedir que nuestros compañeros sigan cayendo, a pesar de que reiteradamente se los hemos exigido,” decía la editorial. “Hasta en la guerra hay reglas. Y en cualquier conflagración existen protocolos o garantías hacia los bandos en conflicto, para salvaguardar la integridad de los periodistas que las cubren. Por ello les reiteramos, señores de las diversas organizaciones del narcotráfico, que nos expliquen qué quieren de nosotros para dejar de pagar tributo con la vida de nuestros compañeros.”
La administración de Calderón reaccionó con enojo hacia la editorial. Mientras tanto, las fuerzas de seguridad hicieron su propio esfuerzo en combatir en la guerra de propaganda. Los sospechosos que fueron detenidos por la policía o por el ejercito fueron forzados a confesar frente a las cámaras de televisión. En una ocasión, un niño de catorce años quien fue detenido por unos soldados le dijo a los periodistas que había decapitado a cuatro personas. Otros sospechosos fueron mostrados siendo interrogados en video hablando de sus vidas como asesinos y detallando como mataban a cientos de personas. Estos relatos fueron transmitidos en los noticieros de televisión. En el 2009, miembros del ejercito mataron al sumamente importante criminal Arturo Beltrán Leyva, alias “La Barba” en la ciudad de Cuernavaca. Cuando los periodistas llegaron a fotografiar su cuerpo, le habían bajado los pantalones y su cadáver fue decorado con billetes de dólares. Esto fue otro ejemplo de la propaganda de la violencia.
En el 2011, el gobierno de Calderón lanzó un acuerdo con cientos de diferentes medios de comunicación para regular el reportaje de la guerra contra las drogas en México. El primer punto declaraba: “No ser un vocero para el crimen organizado.” También recomendaba no “interferir” con los conflictos de los criminales. No obstante, muchos de los periódicos principales se rehusaron a apoyar el acuerdo, porque sentían que estas iniciativas censuraban a la prensa. Según ellos, el gobierno estaba intentando deshacerse de la guerra del narco simplemente con dejar de reportarlo. Cuando he hablado con algunos oficiales en el gobierno Mexicano, ellos han sostenido la opinión que el problema de los narcos es principalmente un problema de la imagen de México en el mundo—esto es en vez de un problema las victimas.
Aunque el acuerdo fue por la mayor parte olvidado, la cobertura de parte de los medios disminuyó el año pasado. Actos espectaculares de violencia recibieron menos atención en las noticias y videos de narcos fueron ignorados. Esto es en parte porque los editores no han querido diseminar propaganda para los carteles y también por una pequeña disminución en la cuenta de muertos (aunque esta sigue siendo altísima). Pero también es porque la gente se siente sobresaturada. Un montaña de cabezas decapitadas ya no causa conmoción. Han habido demasiadas.
En el 2012, el PRI regresó al poder bajo el liderazgo de Enrique Peña Nieto. Esto fue en parte gracias a la idea de que el viejo régimen podría restaurar el orden. Ellos decían que aunque tal vez las elecciones fueron robadas en el siglo veinte, mínimo no habían psicópatas con bazucas creando tumbas para cientos de victimas. Peña Nieto promete que el PRI es un partido democrático reformado que nunca controlaría a la prensa como lo hizo su partido en los años de los 70s. Sólo el tiempo podrá ser testigo a la verdad de esta convicción. El tiempo también dirá hasta que punto los Mexicanos estarán dispuestos a sacrificar sus libertades si creen que esto les traerá más seguridad.
El mundo tiene que prestarle atención al desarrollo de estas ocurrencias. México es importante no sólo por el morbo que ocasionan las decapitaciones de videos en internet, pero porque este tipo de conflicto podría ocurrir en muchos otros países. Grupos criminales con armas de nivel militar, gobiernos débiles y corruptos, y el crimen organizando dominando una gran parte de la economía son problemas que existen en todo el mundo. Uno de los problemas más importantes del siglo veinte y uno va ser como podemos garantizar nuestra seguridad sin perder nuestras libertades.