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Venezuela
11 min read

El cruel sueño de la ley de la censura

Credits Texto: Alicia Quiñones January 22 2019

Hace poco más de sesenta años, el 1 de enero de 1958, un joven periodista colombiano desembarcaba en el aeropuerto de Maiquetía, en la ciudad de Caracas, Venezuela, para retratar con su pluma la transformación que se vivía en diversos sitios de nuestro continente, pero sobre todo en la capital venezolana. Mientras ese reportero era testigo de la transformación de los latinoamericanos, intentó dar un giro en el periodismo a través de una propuesta en la que cohabitaran el oficio de reportero y el de narrador.

“Estas líneas son escritas al amanecer del 23 de enero. No se oye un solo disparo en Caracas. El pueblo recupera la calle. Venezuela, la libertad. La prueba más evidente de que algo grande ha ocurrido esta noche es que estas líneas pueden escribirse”, dijo el joven periodista en el primer editorial que publicó.

Ese joven era Gabriel García Márquez, quien llegó a una Venezuela que comenzaba a ser testigo de la caía de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Ese momento, como lo escribió Tomás Eloy Martínez, intelectual de origen argentino exiliado en Venezuela durante los años 80, en su clásico texto Defensa de la utopía, se convirtió en la “mítica fundación del periodismo cultural” en América Latina.

Aquél fue también uno de los momentos decisorios para que el periodismo iberoamericano se comenzara a consolidar como vanguardia y en una plataforma para escritores que después también serían vistos como intelectuales o actores políticos. Y todo esto fue posible, en parte, porque la Venezuela retratada por García Márquez y sus contemporáneos coincidía con la lucha y llegada de la democracia y, en segundo lugar, porque en la revista a la que se integró el escritor, Momento,“confluían hombres de otros rincones de la lengua española aventados de sus patrias por las desventuras de la persecución política y de las guerras”. Esta revista, como otras que surgían, representó una casa para la libertad y un espacio para la disidencia.

Ha pasado más de medio siglo desde que el autor de Hojarasca, junto a una generación brillante de autores, retratara lo que sería el cambio hacia la anhelada justicia o paz.

Durante estas seis décadas, la Venezuela vista desde la pluma de García Márquez ha sufrido una profunda y oscura transformación. Ahora es una tierra demarcada por un muro que impide la libertad de sus narradores, poetas, periodistas y jóvenes voces que intentan emerger o retratar un mundo que parece no tener fin frente a la oscuridad.

Bajo este contexto, en el que cada día más periodistas y escritores han sufrido la censura, y el país se encuentra en un declive en cuanto a sus derechos humanos, es que se llevó a cabo una misión de PEN Internacional a Caracas en febrero de 2018 para conocer más sobre la situación de la libertad de expresión y la represión que sufren los escritores y periodistas. En esta misión participaron Gioconda Belli, autora nicaragüense, y Carles Torner, director ejecutivo de PEN Internacional, junto con el gran apoyo de la organización Espacio Público, una de las asociaciones más sólidas de defensa de periodistas.

Esta visita tuvo como objetivo hablar con los escritores y refundar el Centro PEN Venezuela, y en ella se realizó un reporte, que se presentó este 2018, en el que también se muestran los casos de escritores que han sufrido la censura, la represión y la reducción de sus derechos culturales. El reporte se puede consultar en español e inglés.

Parte de la lectura de este reporte nos dice que el gran sueño de la censura parece cumplirse en Venezuela: ese silencio o miedo que se despliega como un vigilante omnipresente, que ha permeado tanto a los acontecimientos sociales como al plano personal, tiene consecuencias directas tanto en los medios de comunicación tradicionales e independientes, como en las conversaciones privadas. Esa censura que no hay forma de contabilizar, pero que se manifiesta en la sociedad con la misma gravedad que una agresión física a un escritor o periodista.

Año tras año, en el siglo XXI, las libertades y el respeto a los derechos humanos en Venezuela se han erosionado de tal manera que los autores, editores y periodistas viven una situación nunca antes vista en relación con la libertad para ejercer su trabajo, para investigar o para imprimir libros. Los gobiernos de Hugo Chávez (1999-2013) y Nicolás Maduro (2013 a la fecha) han permitido y promovido la intimidación y la persecución de los críticos de sus administraciones.

Una de las periodistas de investigación venezolanas más destacadas de las últimas décadas, Eurídice Ledezma, quien fue agredida y amenazada en diversas ocasiones, la más reciente en mayo de 2017 por agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), hace una reflexión panorámica de la situación en su país en términos de libertad: “Es interesante hacer una retrospectiva panorámica de Venezuela. Siempre hemos tenido problemas con la libre de expresión. En la Cuarta República [periodo comprendido al fin de la dictadura de Marco Pérez Jiménez hasta la aparición de la Asamblea Nacional Constituyente con Chávez], no era tan abierto. En la década de 1970, hubo algunos grupos paramilitares que perseguían gente […]. Hubo momentos que había que defenderse de la guerrilla, pero podías contarlo; existían medios independientes que se atrevían a hablar de la realidad, y digamos que sí, siempre ha sido un riesgo ser periodista en el país, pero nunca como ahora. Como hoy, nunca. […] Hoy, la idea es destruir al adversario, así sea un opositor, un político, una organización no gubernamental o un periodista o escritor; la persecución ha sido y es muy difícil porque ellos hablan de paz y de libertad…, pero si estás aquí, te das cuenta del nivel de devastación del país.”

La censura no sólo se ha apoderado de los niveles públicos o mediáticos, sino que se ha incorporado a las esferas más pequeñas y necesarias de vida: las calles, los hogares, las conversaciones cotidianas. El censor parece haber ganado la partida a la libertad de la palabra en la vida íntima.

A eso, J.M. Coetzee lo llamó “el sueño de la ley de la censura”, que significa que “la ley y sus restricciones se grabarán tan profundamente en la ciudadanía que los individuos se vigilarán a sí mismos. La censura espera con ilusión el día en que los escritores se censurarán a sí mismos y el censor podrá retirarse”.[1]

El poeta Carlos Katam (Caracas, 1992), autor del libro Impercepciones, al reflexionar sobre el libre pensamiento de los jóvenes escritores en Caracas, comenta: “Mi participación no es pública en el sentido de que no escribo artículos de opinión, pero puedo reconocer que hay un problema con las libertades. Sé qué puedo decir y qué no, y en qué espacios; estos espacios no sólo implican los públicos, sino también los privados”.

Laspalabras del joven escritor y estudiante de filosofía en la Universidad Central de Caracas se complementan con las reflexiones de Edda Armas, presidente honorario de PEN Venezuela, escritora, periodista, editora, y autora de libros como Armadura de piedra (2008): “Muchos escritores han aplicado la autocensura. Algunos prefieren callar, otros no, y hay otros que realmente no han podido tolerar la situación y han decidido irse del país, y su exilio les permite mantener una postura crítica través de sus libros, blogs, Twitter o a través de sus largos ensayos en los que analizan aspectos restrictivos de lo que nos pasa actualmente en Venezuela; lo han hecho y lo siguen haciendo desde las ciudades y los países en donde están. La autocensura la sientes, la vives, la palpitas, ves que la gente cuida lo que dice, y no necesariamente por un tema de cobardía”.

En estos momentos, la sociedad venezolana no sólo está viviendo una autocensura velada o directa, sino que está sufriendo en su vida cotidiana las consecuencias de la violencia. Una violencia que llega a los medios de comunicación a través del cierre indiscriminado de periódicos, radiodifusoras, espacios culturales, control del papel para imprimir periódicos o libros, así como la cuasi desaparición de la vida editorial, un punto fundamental para la libre expresión y difusión de la literatura venezolana.

La crisis que enfrenta el país del Caribe ha llevado a que los periodistas y escritores estén preocupados más por su cotidianeidad, por intentar conseguir cosas básicas que necesitan en su vida cotidiana (alimentos o medicinas, por ejemplo), que por producir literatura o escribir en medios. Esto ha tenido como consecuencia una diáspora que está reflejando una tragedia humanitaria, intelectual y económica.

Las demandas judiciales con procesos sin transparencia y amenazas de retirar los pasaportes a los reporteros, otro factor para abandonar un país, los ha obligado a que su exilio sea inevitable, como lo explica en este reporte Alfredo Meza, socio de Armando.info, y el texto que les valió el exilio es presentado, también, en esta edición del PEN/Opp.

La libertad de expresión es un derecho que funciona de manera transversal, atraviesa por todas las áreas de la vida de un país y en el ejercicio de todos los derechos; así, esta libertad en una democracia permite ejercer con seguridad el resto de los derechos ciudadanos. Escritores, periodistas, editores y casi todo ciudadano en Venezuela experimenta un clima de represión, en principio, porque en este país quienes disienten del gobierno sufren represalias. Desde hace al menos un lustro, se observa un crítico deterioro en el respeto a los derechos humanos y, particularmente desde el 2014 —año siguiente a que Nicolás Maduro asumiera la presidencia de Venezuela, un momento álgido con relación a conflictos sociopolíticos—, la situación de la represión a la libertad de expresión se intensificó.

De acuerdo con la asociación Espacio Público, en 2014 se documentaron 350 casos y 579 denuncias de violaciones a la libertad de expresión, el mayor número desde 2002. En 2015, se contabilizaron 287 violaciones a la libertad de expresión, que corresponden a 234 casos, mientras que en 2016 las prácticas intimidatorias, la violencia institucional y física que criminaliza la búsqueda y difusión de información en Venezuela se agravaron. 2016 fue el segundo año con mayor cantidad de casos en quince años de registro, con 366 violaciones al derecho a la libre expresión e información.

Sin embargo, en 2017, según los datos de la organización venezolana, se registraron 708 casos en los que se vulneró el derecho a la libre expresión, lo que corresponde a un total de 1002 violaciones. Esto representa un aumento del 173% respecto al mismo periodo del año anterior. Se ubica al 2017 como el periodo con mayor cantidad de violaciones al derecho registradas en los últimos 16 años, como consecuencia de los inéditos niveles de represión contra una jornada masiva de movilizaciones de calle contra el gobierno, en su mayoría pacíficas, entre los meses de abril y julio.

Estos datos no sólo reflejan el número de agresiones que ha sufrido el derecho a la libre expresión, sino que muestra la escala ascendente que se vive en el país del caribe. El año 2017 fue el más violento en relación con las agresiones a la libertad de expresión.

Una violencia institucionalizada y que nos recuerda que la Venezuela de García Márquez no sólo está perdida, sino que el sueño de la ley de la censura ha intentado ganar la batalla con sus voces críticas.

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Alicia Quiñones es escritora, editora y periodista mexicana. Trabaja como consultora en América Latina para PEN Internacional. Es autora de tres libros de poesía. Ha trabajado en diversos medios para México y América Latina como Rolling Stone, Vice, Milenioy La Razón, en donde es columnista.


[1]J. M. Coetzee. (2014). Contra la censura. México: Debate, Penguin Random House.

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