Sobre la fascinación
Los venezolanos no solo estamos siendo desplazados de nuestra patria, también de nuestra intimidad, de los imprevisibles designios de nuestra vida interior. Todo cuanto me acontece, todo lo que observo y absorbo, termina encallándose o hundiéndose en nuestra tragedia y no logra avanzar hacia las irreductibles regiones de la creación. Los presentimientos van siendo copados por resentimientos, las premoniciones por reiteraciones, la ficción por una verdad que la rebasa.
Veo en mi celular un video donde una pedagoga canadiense explica qué les sucede a los niños cuando se quedan fascinados ante un celular. Catherine L’Ecuyer sostiene que se trata de un dispositivo altamente adictivo, porque introduce al niño en un círculo de recompensa a través de la producción de dopamina. “Lo que ocurre ante la pantalla en esas edades tempranas cuando aún no se tienen todas esas cualidades desarrolladas como la templanza y la fortaleza, es un estado de fascinación, no el de una atención sostenida”.
Termina el video y, en vez de pensar en mis nietos, me pregunto: ¿Mi relación con el drama de Venezuela es de fascinación o de atención?
Para Catherine, la atención es una actitud de descubrimiento, de una apertura hacia la realidad en la cual formulamos preguntas y buscamos respuestas sin ningún filtro ni prejuicio. En cambio, la fascinación es una actitud pasiva ante estímulos novedosos, frecuentes e intermitentes que genera un estado de embotamiento. Este pasar todo el día buscando sensaciones nuevas puede crear adicción, inatención, disminución en el vocabulario e impulsividad.
Según la pedagoga, antes de los dos años la dosis de exposición a esos medios debe ser cero, y entre los dos y los cinco años, menos de una hora al día. ¿Cuánto tiempo le dedico yo? No llevo la cuenta para no deprimirme. Solo sé que siempre termino metido en el mismo atolladero y en un estado de maltrecha fascinación.
En la web consigo una página llamada Nihil novum sub sole (Nada nuevo bajo el sol) donde en un ensayo, El fascinante origen de la palabra fascinante, se revisa ese estado de estupefacción que quiero evitar. Comienza recordándonos que, en el Diccionario de la Real Academia Española, fascinar deriva del latín fascinare y tiene tres acepciones: engañar, alucinar, ofuscar. Atraer irresistiblemente. Hacer mal de ojo.
La tercera acepción es la más interesante, y quizás la más ancestral. Fascinare significaba para los romanos causar o producir mal de ojo, maleficiar, encantar, hechizar. Para el sabio Plinio los “fascinantes” eran unos hechiceros y el fascino podía ser un falo con una erección monstruosa. La página en cuestión nos da un ejemplo: en el siglo IV, el retórico Arnobio, tras su conversión al cristianismo, en una de sus embestidas a la mitología grecorromana ridiculiza al dios Tutunus (una versión de Príapo) cuando les dice a los paganos: “¿Y existe también Tutunus, en cuyas descomunales partes pudendas y en su horrendo fascino queréis que cabalguen vuestras matronas considerándolo una señal propicia?”. Entiendo que probar semejante armatoste era una suerte de iniciación prematrimonial.
En versiones más pequeñas el fascino era también un amuleto que los niños llevaban al cuello para evitar el mal de ojo, y los generales victoriosos en sus carros para protegerse de la envidia. Unos dicen que por ser el falo un símbolo de fertilidad y abundancia de bienes se percibía como lo opuesto al maleficio; otros proponen que la visión del miembro viril, considerada obscena, obliga a apartar la vista y, por lo tanto, protege a quien lo porta de miradas malintencionadas.
En esta misma página se cita a Pascal Quignard, autor del libro El sexo y el espanto. Para Quignard, “El hombre es fruto de un acto en el que no estuvo presente y esto le genera una enorme curiosidad y desasosiego; por lo tanto, la visión del acto sexual o del miembro viril erecto lo paraliza, lo fascina, lo atrae y embruja, absorbe su mirada. La visión de la representación del participante más visible en la cópula procura una emoción siempre extrema de la que nos defendemos con espanto”.
Con este antiquísimo, apresurado y mal liado equipaje comienzo a analizar mi estado anímico ante las recientes declaraciones de Maduro y Jorge Rodríguez. ¿Cómo es posible que mientras mayor sea la cantidad de disparates más pasivo sea mi estado de hechizo?
La escandalosa ecuación de Rodríguez sobre un amasador de pizzas que trabaja 800 horas por mes, dicha una vez puede ser un error, repetida es un descalabro, impresa en una lámina una imbecilidad tan inexplicable como hechizante. Los anuncios de Maduro sobre su “Cero mata cero”, asegurando haber creado una fórmula mágica, la cual se va a aplicar por primera vez en la historia de la economía, nos producen espanto y una fascinación que pasa de las carcajadas de burla al soponcio de la indignación. Ciertamente ese fascinum nada tiene que ver con la fertilidad y la abundancia sino con la obscenidad de una erección monstruosa del Ego, plena de delirios destructivos. Aún hay más. Si tomamos en cuenta la teoría de Quignard, me temo, querido compatriota, que estamos contemplando una ceremonia donde simplemente nos están cogiendo con un instrumento bestial, mientras alimentamos una necesidad incesante y masoquista de absurdos. Nuestra alma parece decir: “Ya que no hay solución por los menos diviértanme”, y nos desahogamos exclamando: “¿Viste que disparate? ¡Increíble!”
Igual que los niños entre los dos y los cinco años, deberíamos dedicarles no más de una hora al día a las obscenidades con que nos dopan, nos sumergen, nos zambullen. Y evitar a Jaime Baily, quien es un acelerador del hechizo llevándolo a dimensiones de comedia, rating y joda. Durante el resto del día debemos mantener la atención, la capacidad de descubrir, abrirnos hacia la realidad buscando las primeras causas y las últimas futuras consecuencias, y no lo que vamos dejando atrás.
Catherine L’Ecuyer sostiene que los sistemas educativos están sufriendo una crisis de atención. A la crisis venezolana debemos añadir nuestra fascinación hacia nuestras peores aberraciones. No es una teoría disparatada asumir que ese alud de horrores y errores sea un instrumento de sometimiento. ¿Cómo enfrentar lo inconcebible, lo monstruoso, lo enajenado?
En los portales venezolanos encontrarán decenas, centenas de excelentes ejercicios de atención en los cuales se hacen y se responden preguntas que intentan comprender qué nos está sucediendo, pero lamentablemente siempre están a la saga de los hechos. Son atentas reacciones a ese monstruo insaciable y fascinante que se está fornicando el país en una continua y destructiva violación.
Debemos pasar a la acción, al presentimiento, a la premonición, a la poética de la creatividad. Estamos embotados en estancadas reacciones. Podemos prefigurar el país del retorno, el país del final de la peste, plantear cómo queremos que sean sus ciudades, su legislación urbana, su economía, la relación entre lo civil y lo militar, el poder judicial, el manejo de nuestras riquezas.
Rómulo Betancourt escribió Venezuela, política y petróleoen los años más negros y tristes de su exilio, cuando la tiranía militar de Pérez Jiménez estaba en su apogeo. En ese libro nos presenta su visión del pasado y una agenda para el futuro. Ya sabemos hasta donde llegó nuestra industria petrolera en el siglo XX. El libro que está escribiendo este gobierno podría llamarse: Venezuela, política y punto final.
Otro caso iluminador es el de Sergio Fajardo, quien fue alcalde de Medellín. Durante su gestión se llevó a cabo la transformación urbana más integral y exitosa en la historia de Latinoamérica. Sucede que, desde hacía varios años, la Facultad de Arquitectura de la UPB había estado estudiando y proponiendo cómo llevar a cabo una renovación urbana profunda, justa, liberadora, y cuando el hasta entonces profesor de matemáticas, Sergio Fajardo, llega sorpresivamente a ser alcalde, encontró un camino trazado, prefigurado. El proyecto de ciudad ya existía, solo faltaba ejecutarlo.
Estos son solo ejemplos de cómo sustituir la fascinación ante la barbaridad, el descalabro y la perfidia, por la atención y un espíritu creador lleno de templanza y fortaleza.
La finalidad de la acción requiere utilizar todos los medios para salvar el país. Aquí apenas me asomo a la necesidad de articular y dar forma a esa salvación que merecen los niños expuestos a un espectáculo que no deberían ver, ni vivir.
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Federico Vegas (Caracas, Venezuela, 1950) es arquitecto y escritor. Ha sido profesor en Pricenton University y Harvard University. Ha publicado libros sobre arquitectura y de literatura como los de cuentos El borrador, La nostalgia esférica y El terrón, las novelas Historia de una segunda vez, Sumario, Los incurables y El buen esposo. Dentro de su obra de no ficción se encuentran Venezuela Vernacular, La ciudad sin lengua, La ciudad y el deseoy Ciudad Vagabunda.